Aunque sé que poco sé, puedo asegurar que hay un momento que todos conocen y que saben que llegará. En ese instante nada quedará para nadie y todo lo que tenemos se esfumará en un recuerdo para otros y un efímero adiós.
Y dicho momento es distante pero se acorta cada día que vivimos y dejamos de vivir tratando de hacer lo que no debemos de ser, y es que, a veces, uno decide aferrarse a un modo laboral, sentimental y reflexivo que sólo contrarresta la afinidad que uno podría encontrar de la felicidad.
Nadie por más guapo, rico, exitoso, buenor a su poder, a su llegada y a su condición.
Siempre la han considerado mala, pero hasta cualidad divina algunos le dan, imágenes de ella hay, y eso que nadie ha podido asegurar una descripción exacta de su parecer.
Y así como la condición humana es insignificante antes su cegadora condición, los animalocimiento, la belleza y la magia de cualquier condición espectral este ente es algo inmortal e impenetrable. Vive para dejar sin vida a otros, y muere para ver el fin de todos.
Ni las armas, ni los rezos, ni la más grande certeza médica se ha podido imponer a su poder, a su llegada y a su condición.
Siempre la han considerado mala, pero hasta cualidad divina algunos le dan, imágenes de ella hay, y eso que nadie ha podido asegurar una descripción exacta de su parecer.
Y así como la condición humana es insignificante antes su cegadora condición, los animales y todo ser viviente llegará a toparse con su despótica frialdad y desconocida lindura.
Sin saber cómo, por qué o cuándo, la muerte, vendrá a ingerir uno de los platos más amargos de nuestro existir, aquel que solos veremos para no recordar y nunca recobrar.
Somos un ciclo, una efímera condición de lo que unos llamaron vida y que niegan diciéndonos muertos al dejar de estar.
Somos polvo, energía y luz, somos el objetivo de una situación inconstante.
Muerte, paz y acciones, eso somos y con eso moriremos.